El presidente Donald Trump considera que los aranceles son armas muy poderosas y que la sola amenaza de utilizarlos provoca efectos perversos: comienzan con la intimidación y terminan en el sometimiento de los países amagados. En palabras de Warren Buffett: “los aranceles son un acto de guerra”.
Pero lo que Trump quiere ignorar —como el avestruz que entierra la cabeza— es que una guerra arancelaria también provoca enormes pérdidas económicas, además de inflación, recesión y desempleo. Y no se trata de meras amenazas: del 20 de febrero al 10 de marzo de 2025, en solo 19 días, el índice bursátil más importante del mundo, el S&P 500, registró pérdidas por 5 billones de dólares, equivalentes a 2.5 veces el PIB de México.
Es importante destacar que las mayores pérdidas corresponden a compañías estadounidenses como Tesla, Nvidia, Alphabet, Amazon, Apple, Meta y Microsoft, conocidas como las Siete Magníficas. El efecto búmeran ya está presente en el país que originó esta perversa —y a la vez absurda— guerra comercial.
A pesar de ello, Trump ha pasado de las amenazas a los hechos. A partir del 12 de marzo impuso aranceles del 25 % a todas las importaciones de acero y aluminio, lo que ha desatado represalias por parte de Canadá y la Unión Europea. Estos países respondieron con aranceles recíprocos e incluso amagaron con incluir productos emblemáticos como el bourbon y el champán, que nada tienen que ver con los metales, pero reflejan la escalada del conflicto. México, en cambio, ha decidido esperar, congruente con su estrategia de “cabeza fría”.
En este contexto, se acerca un plazo fatal. Trump ha anunciado que el 2 de abril impondrá aranceles recíprocos a todos los países con los que comercia. Además, aplicará aranceles generales del 25 % a México y Canadá, que había pospuesto en dos ocasiones, gracias a la inteligente templanza de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y también a su propio interés en prolongar las amenazas y fortalecer sus exigencias.
Fiel a su estilo acosador, el presidente de Estados Unidos anunció el pasado 26 de marzo que, a partir del 2 de abril, todos los automóviles importados a su país tendrán también un arancel del 25 %. Esa fecha ya se ha convertido en un hito dentro del calendario económico mundial. Es decir, sus amenazas son constantes, pero cuidadosamente dosificadas y anunciadas con anticipación para provocar mayor efecto intimidatorio en sus oponentes y mantener el respaldo de sus simpatizantes. La perversión, sin ambages.
La pregunta es si a México le conviene mantener una estrategia de no confrontación ni represalias. Hasta ahora ha sido eficaz para posponer daños mayores, pero resulta insuficiente para proteger nuestra economía y generar condiciones mínimas de certidumbre, pues la amenaza persiste, las treguas son muy breves y el desgaste, enorme.
A mi juicio, si Trump cumple sus amenazas, el gobierno de México debe adoptar un plan estratégico híbrido de respuesta y contención: imponer aranceles selectivos, no generalizados, para no exacerbar la inflación interna, y dirigidos a industrias estadounidenses sensibles, cuyas ventas dependan mayoritariamente de las importaciones mexicanas. Idealmente, estas industrias deberían estar ubicadas en estados de mayoría republicana, para que los propios votantes presionen a Trump para eliminar sus tarifas arancelarias hacia México. Hablamos del Corn Belt o cinturón maicero estadounidense, en el Medio Oeste, así como de los productores de carne, lácteos y alimentos procesados, entre otros.
Pero además de selectiva, nuestra respuesta debe ser gradual. Debemos guardar siempre cartas con las cuales defendernos en el futuro y dar espacio a posibles retractaciones de Trump. Hay que evitar actuar con enojo o animosidad que aceleren decisiones impulsivas y subestimen sus consecuencias.
Dicho lo anterior, es clave aprovechar ciertos factores que, a pesar —o incluso a causa— de las amenazas de Trump, juegan a nuestro favor. Uno de ellos es la relación inversa entre la depreciación del peso mexicano y el impacto de los aranceles estadounidenses. Veamos un ejemplo:
Si hoy la paridad cambiaria fuera de $20 por dólar y mañana subiera a $25, un producto mexicano que hoy cuesta $20 (equivalente a un dólar), mañana le costaría al importador estadounidense solo 80 centavos de dólar, debido a la devaluación del 25 %. Ahora bien, si Trump aplicara un arancel del 25 %, el precio volvería a subir a un dólar. Es decir, la devaluación del peso puede neutralizar, al menos en parte, el efecto de los aranceles. En este ejemplo, ni el importador, ni el consumidor, ni el gobierno estadounidenses se verían realmente afectados, y por tanto, las exportaciones mexicanas no tendrían por qué resentirse. Al contrario: el abaratamiento derivado de una moneda más débil puede estimularlas.
Esto es precisamente lo que ha ocurrido en México en los últimos 12 meses: del 8 de abril de 2024 —cuando se alcanzó la paridad mínima— al 29 de marzo de 2025, el peso se ha devaluado un 25 %, pasando de $16.32 a $20.37 por dólar.
Las exportaciones mexicanas crecieron en 2024 un 4.1 %, por encima del pronóstico de la CEPAL, que era de solo 2 %. En enero de 2025, crecieron aún más: 5.5 % interanual. Sin embargo, en febrero cayeron a -2.9 %, debido a la incertidumbre generada por los anuncios arancelarios de Trump.
A pesar de que el tipo de cambio en 2025 se ha mantenido relativamente estable —alrededor de los $20 por dólar, gracias a la confianza en la economía mexicana y a la prudencia del gobierno—, una posible devaluación mayor en los próximos meses haría aún más competitivas nuestras exportaciones, mitigando en cierta medida el impacto negativo de los aranceles.
Con excepción de los aranceles al acero y al aluminio ya vigentes, los anuncios de Trump han sido hasta ahora solo amenazas. Son capaces de generar incertidumbre y postergar inversiones, pero no justifican aún una respuesta anticipada o impulsiva por parte de México.
Sin lugar a dudas, las mejores armas de Trump en tiempos de paz son: la amenaza, la mentira y la extorsión. Y las mejores respuestas de México deben seguir siendo: la cautela, la inteligencia y la cabeza fría.
Por: Raúl Fernández