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● La política energética de Donald Trump se enfoca en regresar al uso intensivo de energías fósiles. Para lograrlo, buscaría apropiarse de los yacimientos petroleros de aguas profundas del Golfo de México, que legalmente pertenecen a México, con el objetivo de aumentar la producción estadounidense.
La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos marcó un giro significativo en la política energética de ese país. Desde el primer día en el poder, Trump declaró que Estados Unidos cuenta con “los mayores yacimientos de petróleo y gas del mundo, y vamos a usarlos”, anunciando una estrategia diametralmente opuesta a la de su antecesor. Este enfoque deja de lado las energías renovables, refuerza la explotación de recursos fósiles, fomenta la exportación de gas y minimiza las políticas verdes.
El mandatario ha delineado una estrategia centrada en el uso intensivo de combustibles fósiles, desestimando el impacto del cambio climático que afecta al planeta. Como parte de esta política, pretende facilitar aún más la explotación de petróleo y gas, y ha llegado a proponer renombrar el Golfo de México como “Golfo de América”, un gesto simbólico que subraya sus intenciones de apropiarse de los yacimientos petroleros ubicados en aguas profundas que pertenecen legalmente a México.
La disputa por las aguas del Golfo de México entre Estados Unidos y México no es nueva. Desde la década de 1970, ambos países han enfrentado una serie de controversias para delimitar los límites marítimos en esta región del océano Atlántico. A cientos de kilómetros de la costa del Golfo, se encuentran dos áreas de aguas profundas conocidas coloquialmente como los “hoyos de dona” (formalmente, los polígonos Occidental y Oriental). Estas zonas, que se cree contienen grandes reservas de petróleo y gas, han sido objeto de reclamos de soberanía tanto por parte de México como de Estados Unidos.
Aunque un tratado ratificado en 1979 por los senados de ambos países pareció resolver gran parte de las disputas marítimas, el estatus de los “hoyos de dona” ha quedado en el limbo debido a su ubicación fronteriza. Esta incertidumbre ha prolongado el debate durante décadas, dejando atrapadas bajo el mar las prometedoras reservas de petróleo y gas, mientras ambos países buscan acuerdos que definan su explotación.

El Tratado de 1998 sobre el Hoyo de Dona Oriental establece que, de los 17 mil kilómetros cuadrados que comprende este polígono, México tiene derechos sobre el 61.7% del área, mientras que el 38.3% restante corresponde a Estados Unidos.
En mayo de 2012, tras años de negociaciones, la disputa por el Hoyo de Dona del Golfo de México llegó a una solución amistosa cuando el Senado mexicano ratificó el Acuerdo Transfronterizo México-EE. UU. sobre Hidrocarburos. Este acuerdo permitió que empresas de ambos países pudieran explotar los depósitos de hidrocarburos en la región. En ese entonces, estimaciones optimistas calculaban reservas superiores a los 20 mil millones de barriles de petróleo equivalente.
Durante el sexenio del expresidente Felipe Calderón Hinojosa, se impulsó una iniciativa de reforma petrolera que buscaba abrir la explotación de yacimientos en aguas profundas a empresas privadas. Bajo el lema de una campaña mediática que afirmaba la existencia de “un tesoro escondido en el fondo del mar”, el gobierno panista intentó ganar la simpatía de la ciudadanía. Sin embargo, la reforma fue ampliamente criticada, ya que las modificaciones propuestas impactarían negativamente en el desarrollo de tecnología e investigación petrolera en México, mientras que las compañías extranjeras serían las principales beneficiadas. Finalmente, la iniciativa fue rechazada en el Congreso, dejando suspendida la extracción de los yacimientos en aguas profundas del Golfo.
Posteriormente, en 2013, el expresidente Enrique Peña Nieto presentó su reforma energética, la cual permitió la extracción de petróleo en aguas profundas y abrió el sector energético a la participación privada. Esto dio pie a las llamadas “rondas petroleras”, donde el gobierno realizó licitaciones públicas internacionales para la exploración y explotación de hidrocarburos. En la Ronda Cero, Pemex seleccionó los campos que deseaba operar, mientras que en la Ronda Uno se otorgaron concesiones a empresas privadas nacionales y extranjeras.
En esta última, se adjudicaron 38 contratos de exploración y extracción a 33 consorcios conformados por 48 empresas de países como Estados Unidos, Inglaterra, Holanda, Malasia, Japón y China. Sin embargo, de las más de 40 concesiones otorgadas por el Estado mexicano, solo dos lograron concretar la extracción y comercialización de petróleo: la italiana Eni y la alemana Wintershall.
De acuerdo con una nota de El Universal publicada el 25 de enero, el Golfo de México es una de las regiones más ricas en recursos naturales, particularmente en petróleo y gas. Según la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA), aproximadamente el 17% de la producción de petróleo de EE. UU. proviene de esta región, lo que la convierte en un pilar fundamental para su independencia energética.
Ante este panorama, el expresidente Donald Trump habría considerado un plan para apropiarse de yacimientos petroleros en aguas profundas del Golfo de México que legalmente pertenecen a México. Su estrategia incluiría, en primera instancia, renombrar el Golfo de México como “Golfo de América” y posteriormente reclamar soberanía sobre dichas zonas para aumentar la producción energética estadounidense.
El gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo deberá adoptar una postura firme para evitar cualquier intento de apropiación territorial en el Golfo de México. Proteger estas reservas petroleras y de gas será clave para garantizar que sigan siendo patrimonio exclusivo del Estado mexicano.
Por Eduardo Esquivel Ancona
Sin duda son varios los frentes de resistencia que se están abriendo en la política con los Unidos Estados de América (por sus siglas en inglés), exige que nuestros gobiernos en el presente y en el futuro, sean firmes y que tengan una convicción política nacionalista, afortunadamente llevamos dos sexenios con esa convicción. Los mexicanos debemos estar unidos y cerrar filas con Latinoamérica.
La espiral de la historia está en un punto parecido al siglo pasado, donde el tiburón quiere comerse a América Latina… muy buen análisis de Eduardo Esquivel