Juan Bautista Rojo

Dónde están, cómo fue, por qué sucedió, quiénes fueron, a quién perteneció el terreno y por qué no actuó a tiempo la autoridad estatal?
Son las preguntas básicas y humanitarias que todo ciudadano se realiza al conocer del horror al aflorar la noticia del descubrimiento de más de doscientos pares e impares de zapatos tenis y zapatillas, camiseta vestidos pantalones ropa interior de hombre y mujeres, además de maletas y equipajes compactos de alguien que viaja a un lugar determinado pero no llega a su destino.
El hallazgo de esos objetos personales debajo de una gran losa de cemento, corrió como pólvora en medios alternativos y despachos nacionales como internacionales para encender las alertas del asombro social y en su momento la protesta de posibles deudos y más allá.
La primera pieza dislocada de este caso, radica en que es de nuevo- como en otros casos- los colectivos surgidos de la sociedad quienes develan el lugar en que presuntamente se retuvo contra su voluntad a decenas y cientos de personas donde se liquidó a sus inocentes almas.
Las irresistibles hipótesis de la desaparición forzada, de centros de retención y tortura; campos de adiestramiento paramilitar y finalmente el horror de hornos crematorios para dejar en humo lo que fue algo lleno de vida, ilusiones y con una vida familiar, toma cuerpo al aflorar a ras de suelo, en otra parte de las nueve hectáreas de este predio abandonado- restos de osamentas, fragmentos de columnas vertebrales, dedos y algunas piezas de cráneos.
Contrario a la lógica ministerial, no es la policía estatal o los peritos forenses quienes descubren y documentan el horror de Jalisco, los rastros de células delictivas bien organizadas para coptar adiestrar y asesinar en un contexto de enfrentamiento entre grupos dedicados al mundo del tráficos de las drogas y otros delitos.
Por paradójico que parezca son las mismas madres y padres del colectivo guerrero buscadores quienes descubren el hilo de una historia que no termina, el sinfín de un estrecho camino que no tienen limiten ni caducidad la desdicha de una memoria histórica que se recicla en una misma escena con distintos actores sociales, políticos y delincuentes o que son la fusión de lo mismo y se repite.
Hoy, Teuchitlán en Jalisco, ayer en San Fernando, antier en Ciudad Juárez, sí con sus muertas y torturas.
Hoy no hay distinción de género, la cooptación, a través de oferta de empleo o simplemente el levantón, como paso con los jóvenes de Lagos de Moreno.
Por enciman de la imagen estatal, por lo mediático del del tema, el fiscal General Alejandro Herz Mañero, a pregunta expresa sobre el tema prometió ejercer atracción sobre el caso y hoy ya están en ello.
“ Es un caso donde debemos contar con toda la información para actuar. Y no es posible que la autoridad local no se haya dado cuenta de lo que sucedía”, dijo en forma escueta un fiscal que deja la comodidad del escritorio.
Por la cantidad de desapariciones y restos óseos, la semejanza con Las Muertas de Juárez es coincidente, sólo que en aquel caso, la trata, la explotación sexual, y el presumible tráfico de órganos tiene un tono más acentuado y sin embargo ligados a los grupos de la delincuencia también dedicados en una de sus ramales al narcotráfico.
En 1997 entrevisté para MVS- Televisión a Teresa Cano una luchadora social quien reivindicaban la vida de más de 300 mujeres, y más de dos mil desaparecidas, en ese momento, y decía:
“ Aquí no hay un asesino serial como se ha dicho. Primero porque ya hay dos detenidos y los crímenes continúan en forma masiva y en cadena. Lo que sí tenemos es la degradación del Estado que ha olvidado su principal función: proteger y cuidar a los ciudadanos. No hay seguridad. Y más, hoy vemos complicidad de la policía con los delincuentes, ahí están los hechos”.
Con una mirada triste y sin punto fijo en el horizonte concluyó esa entrevista con esta frase: “ La única esperanza de una madre, de los padres, es una situación como la mía, es continuar en la búsqueda de nuestros seres queridos y demandar justicia “.